La lección fundamental que extraje del curso ambulatorio Aprender a vivir con VIH, en el Sanatorio de Los Cocos, en Santiago de las Vegas, me la dieron sin saberlo los habitantes permanentes de aquel lugar, quienes eran algo así como los supervivientes del naufragio de una idea desafortunada que nació llena de buenas intenciones.
Ya expliqué el origen y las razones científicas y sociales del régimen sanatorial obligatorio que funcionó durante poco más del primer lustro de presencia de la epidemia en Cuba, en Vivir con VIH o vivir del VIH: dos proyectos para “este camino largo”, de modo que solo me resta dar mis apreciaciones sobre lo más importante que aprendí de esta breve vecindad en sus predios.
La rutina de las personas que allí coexistían en aquel verano del 2003 era variada, de acuerdo con la antigüedad de su ingreso y el tipo de relación de pareja que tenían constituido. Un grupo optaba por un modo de vida más independiente y tenía en sus habitaciones o cabañas una especie de hogar donde cocinaban, limpiaban, lavaban e incluso poseían sus propios efectos electrodomésticos, como una familia normal y corriente, y recibían para su consumo suministros o módulos de alimentación mensuales, creo que gratis.
Otros —los de menos tiempo de estancia, poca destreza culinaria o con una menor estabilidad en sus vínculos afectivos, supongo— acudían a los servicios de un comedor común, con una dieta abundante y balanceada, donde también, por cierto, desayunábamos, almorzábamos y merendábamos nosotros, los seminternos.
A disposición de todos estaban además otras facilidades comunes y gratuidades, incluyendo por supuesto las mismas atenciones médicas que tuvimos nosotros, que iban desde pruebas de laboratorio, clínica estomatológica y un surtido dispensario con todo tipo de medicamentos.
Solamente quedaban en aquella peculiar comunidad algunos matrimonios históricos de los combatientes internacionalistas (y heterosexuales), quienes fueron los primeros cubanos en contraer el virus durante misiones militares o de colaboración técnica en África, y que habían logrado sobrevivir al triste periodo en el cual no existían los medicamentos antirretrovirales o estos eran excesivamente caros y prohibitivos para Cuba por el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos, de manera que tales fármacos solo estaban disponibles en cantidades muy limitadas y sin una garantía de estabilidad en su suministro, provenientes en lo fundamental de donativos de organismos internaciones e instituciones humanitarias.
Posteriormente arribaron allí portadores del virus de cualquier procedencia, extracción social y nivel cultural, con una proporción en cuanto a la distribución por género similar a la que nacionalmente reporta Cuba, en la cual sobresale el marcado predominio de los hombres que tienen sexo con hombres (HSH), y en particular de los gay orgullosos y confesos, en todas sus abigarradas y pintorescas variantes, desde los discretos y circunspectos, hasta los despampanantes y excéntricos.
De esos residentes fijos, muchos tenían una profesión antes de contraer el virus, y nunca más pudieron o quisieron ejercerla. Habían perdido el vínculo con sus centros de trabajo originales o simplemente ya no mostraban ningún interés en regresar a sus existencias previas. Para no pocos el sanatorio fue también una solución de vivienda, con su pareja —homosexual o no— y lejos de familiares de quienes no querían ya depender o incluso a veces ni saber, porque alguna vez los rechazaron y discriminaron por causa de su orientación sexual, de su enfermedad o por ambas cosas.
En esa fecha, sin embargo, ya varios laboraban fuera del sanatorio, como promotores de salud o en otras nuevas ocupaciones. Había médicos, enfermeros y otro personal de apoyo que eran a la vez trabajadores del centro y seropositivos, quienes podían morar o no en sus instalaciones. Y existía también un conjunto nada despreciable de individuos que, sencillamente, no “tiraban un chícharo”, como decimos acá en la Isla de los perezosos consuetudinarios.
Y ahí está el principal cuestionamiento, de concepto y de principios, que yo aún le hago a aquel sitio. Eran demasiada gente que —en mi criterio— no vivía con VIH, sino que vivía del virus. El sanatorio funcionaba para ellos como una especie de urna de cristal, donde medraban a costa de su condición médica. Por supuesto que no eran ellos los únicos ni tal vez los principales responsables. Porque la mayoría llegó allí en contra de su voluntad y luego ya no supo o no quiso romper aquellas ataduras.
En lo particular, me pareció además que aquel ambiente, a pesar de sus frondosas arboledas, de la tranquilidad, armonía y hasta cierta belleza general del entorno, no era completamente sano. No podía serlo y creo que no lo será nunca (aunque confieso que no tengo idea de cómo transcurre ahora la vida en Los Cocos), porque la inmensa mayoría de aquellos hombres y mujeres estaban demasiado pendientes de los tortuosos caminos de su padecimiento.
En el aire uno podía respirar el aura del mal que rondaba; las conversaciones solían fluir siempre hacia lo grave que estaba fulano, o lo que de pronto sintió mengano, o de la enfermedad oportunista que atacó a siclano. Funcionaba entre las personas una dinámica extraña, como una especie de narcisismo malsano, de comparaciones involuntariamente crueles, que hacía a cada cual buscar en su “espejo mágico” lo mejor o peor que uno estaba o aparentaba estar, en relación con los demás.
En lo afectivo tampoco el asunto resultaba natural. Imagino que es lo mismo que ocurre en cualquier comunidad cerrada, como en esas poblaciones legendarias que de pronto quedaron aisladas geográficamente por algún fenómeno de la naturaleza, la economía o la política; o en ciertos conjuntos humanos que por sus tradiciones o creencias han intentado de modo voluntario su auto segregación del resto de la sociedad. Simplemente, el número de “combinaciones” en ese contexto es finito y muy limitado, lo cual con el tiempo produce desgaste, monotonía y reiteración. Hoy alguien es pareja de aquel, mañana del otro, luego aquel y el otro traicionan al primero, y así, el círculo de las relaciones interpersonales, incluyendo también el de las amistades y hasta el de los enemigos, se torna vicioso.
De manera que mis compañeros de curso y yo, verdaderas aves de paso en aquel recinto, nos percatamos muy pronto de que la experiencia era útil; la enseñanza, crucial; el resultado, positivo; pero que ninguno de nosotros quería permanecer en el sanatorio un minuto más del que nos tocaba por “plantilla”. En lo personal —lo confieso sin ningún cargo de conciencia— después de aquel mes y medio nunca más he vuelto a poner un pie en el sanatorio, ni tengo el menor interés en hacerlo.
Me resultó muy interesante, nunca pensé que se vivieran ese tipo de relaciones morbosas en ese lugar que solo se cruzaba en mi camino cuando acudía al Rincón a visitar al Viejo Lázaro. También me hizo recordar a cierto enfermero alto y mulato que mientras tuve relaciones con él me contaba historias de allí, pues era profesor o algo así de ese sitio. Quien sabe y era seropositivo y nunca me lo confesó, aunque eso ya no es importante.
Lo que si no imaginaba era la belleza del entorno de la que tanto mencionas, mientras desde afuera solo sentíamos temor al acercarnos a sus alrededores.
Muy bueno tu post, Paquito. Uno se imagina cosas, pero un relato tan vívido y tan honesto es estremecedor. En realidad uno quiere huir de esa realidad (se llamará sida-fobia?) que a algunos les toca experimentarla en carne propia… y nada mejor que leerte para sentirse en la piel ajena. Porque además, es algo de lo que nadie habla, a no ser para denigrar las políticas de la Revolución… gracias por compartir con nosotros tu experiencia.
Hola Amigo, lei este ultimo comentario tuyo y de veras me alegra que alguien deje constancia de como se vivio en aquellos tiempos en el sanatorio, asombrarme no llego pues muchas amistades que hoy cultivo y que alli vivieron y luego se acogieron al SAA Sistema de Atencion Ambulatoria, ellos , ya me habian contado y de veras te digo que te felicito por tu poder de sintesis pues hablar de experiencias en los Cocos seria para una Enciclopedia, jajajaja. Pues te cuento mas, he ido ultimamente al Sanatorio en varias ocasiones para temas de superacion con el Proyecto GPESIDA y te cuento que el lugar sigue siendo por desgracia para los que alli viven y conviven un sitio nada agradable, pero que al final resuelve la situacion de vivienda, el tema economico personal y la convivencia con una pareja en relaciones en su mayoria gays.
El Santorio sigue, como antes la estructura que ya comentastes con anterioridad, el area de «El Arcoiris», muy variada y multipersonal, donde conviven lo bueno y lo malo, lo bello y lo lindo, lo ridiculo y lo sublime, arcoiris al final. El area de edificios aun alberga una cantidad, pero algo reducida, de personas, pues su estado constructivo es deplorable y cada vez mas decadente, Esta tambien el area «Los Cocos», que en la actualida fue remozado y es la sede de GPESIDA, donde se capacitan innumerables personas, seropositivas, personal medico, psicologos, en fin todos aquellos que trabajamos para que esta mierda de enfermedad deje de jodernos. El area es un Centro de Capacitacion, y esta preparada como si fuera una bella instalacion hotelera, que por momentos hace olvidar historias desastrosas que alli que alli convergieron. Por ultimo y no menos importante se encuentra el area del «Marañon», al otro lado de la carretera que conduce al Rincon, y que se comunica por un paso a desnivel subterraneo, alli en un formato constructivo mas agradable aun se mantienen viviendo tambien muchas personas con la enfermedad. La alimentacion ya no es tan buena como antes era pero aun ayudan en algo a los que estan alli. El lugar, si algun dia fue lindo, creo que dia a dia pierde el encanto pues lo unico que queda de agradable, es su mangal que nos acompaña en la entrada hasta la casona que nos recibe con aquella escultura al desnudo femenino. Ya ves asi van las cosas, como dice Friz …
A person essentially help to make seriously articles I would state.This is the very first time I frequented your web page and thus far? I surprised with the research you made to make this particular publish incredible.Magnificent job!
stefan: thank you, my friend 🙂