Este sábado último algunos amigos me incitaban desde Facebook a entrar en honduras conceptuales sobre mi entrada anterior Lo más polémico en los primeros 150 comentarios, pero en ese momento eludí la discusión para irme a mi tradicional visita de fin de año a una conocida fiesta gay de La Habana.
Quienes me conocen saben que soy de una muy rara especie de cubano de oídos cuadrados, que no atina a dar un paso al ritmo de la música, por elemental que esta sea. Recuerdo que en la Escuela Lenin estuve nada más y nada menos que en un grupo de danza (era parte de la formación vocacional que los alumnos cultivaran alguna manifestación artística), y mis compañeros me escondían al fondo de las coreografías para que fueran menos visibles las barbaridades que yo hacía. Lo único que bailaba sin problemas era una danza rusa —la Korobuska— porque tenía más de marcha militar que de movimiento de caderas.
Vuelvo a la noche del sábado luego de esta digresión, para explicar entonces los tres motivos de mi presencia en la ya mencionada celebración: primero, para complacer a mi pareja, a quien sí le gusta mover el esqueleto, como ya dije en otra ocasión; segundo, porque hemos hecho de este acontecimiento una costumbre de los últimos días o principios de cada año, entre otras cosas porque esta es una especie de fiesta gay de barrio, muy cerca de mi casa, donde encuentro y felicito a algunas amistades que a veces no veo en doce meses y a otras que hallo constantemente en las más disímiles circunstancias, pero que me satisface saludar o descubrir en este ambiente más informal y alegre; y tercero —y no por eso menos importante— para contarles a ustedes, los seguidores de esta página, mis impresiones sobre estos divertimentos de la comunidad gay y lésbica habanera.
La fiesta transita básicamente por tres momentos: el preámbulo, entre las diez de la noche y las doce de la madrugada cuando comienzan a llegar los asistentes y toman posiciones en una veintena, o poco más, de sillas destartaladas, o en grupos de a pie a lo largo y ancho del patio, frente al rústico escenario donde tendrá lugar el show.
Es una casa sin lujos, que desde mi primera visita hace ya cinco o seis años está eternamente en construcción, imagino que en parte a partir de las ganancias de este tipo de “actividad” (el precio de la entrada —un peso convertible o 25 pesos cubanos— es modesto, me dicen, en comparación con otras similares de la ciudad que tienen más “categoría”). Esta vez la decoración consistía en unas simples cortinas blancas de fondo, con tres pencas de arecas y flores de buganvílea, todo inconvenientemente muy iluminado, tras la tosca plataforma de cemento donde las artistas transformistas harían su presentación.
Durante esta fase comienza la venta de cervezas cubanas enlatadas, mini dosis de ron Planchao en cajas de tetra brik (muy populares en la Isla), cigarros y hasta pizzas al momento, todo a un precio ligeramente superior al oficial en el mercado.
La gente conversa, ríe, algunos bailan, relajan tensiones, abrazan y besan a su pareja más o menos discretamente, sin temor de causar rechazo u ofender a nadie con sus manifestaciones de afecto. Hay varones fundamentalmente, y también mujeres, pero en una menor proporción —una a diez quizás—, gente de todas las edades, incluyendo varios adultos bastante mayores, pero sobre todo jóvenes. También van algunas parejas heterosexuales seguras de sí, que disfrutan de la especial garantía que imagino significa estar en un contexto donde ambos miembros son admirados y deseados, sin correr el riesgo de que su novio o novia, esposo o esposa, te dejen por otra persona. Si yo fuera heterosexual, estoy convencido de que una fiesta gay sería el mejor lugar para llevar a mi compañera.
En el interior de la vivienda, convertida en discreto e inaccesible camerino, ocurre en ese periodo el complejo y demorado proceso de la Transformación, bajo el mando de un “estilista”, e imagino que con la ayuda de auxiliares y amigos cercanos de las artistas. Sobre la medianoche comienza el show de los travestis o transformistas. Es el segundo momento y el clímax de la fiesta, pero si me lo permiten, dejaré su descripción para el final.
Cuando concluye la actuación sigue la música grabada. En esta ocasión el operador de audio o musicalizador era un apuesto jovenzuelo que llevó a la novia con él, imagino entre otras cosas que para evitar cualquier “acoso” sexual de los gay, a quienes veía por cierto con cierta extrañeza o recelo y como un tanto acomplejado, según nos pareció a mi pareja y a mí, lo cual es una reacción comprensible, cuando alguien no está habituado a esa tensión sexual de signo contrario al “socialmente” aceptado.
Esta tercera parte es la más democrática de la fiesta, donde todos bailan, el nivel de alcohol ya está más elevado, el humo de los cigarrillos es casi insoportable para los no fumadores como yo, y quien no fue con pareja aprovecha para intentar un ligue ocasional, o tal vez hallar el amor de su vida ¿quién sabe? Como en cualquier fiesta que se respete, puede haber alguna escenita de celos, y hasta su correspondiente trifulca, la cual generalmente es aplacada por los mismos amigos y acompañantes (este sábado no había mucho público, y fue una noche muy, muy tranquila) En fin, diversión y pachanga hasta bien entrada la madrugada del domingo, cuando los asistentes comienzan a partir, solos o felizmente acompañados con una nueva o vieja conquista.
Y por fin, mis impresiones del espectáculo. Esta noche que narro el elenco estuvo integrado por seis travestis. Utilizan como nombres artísticos seudónimos sonoros y cursis: Gala —la conductora—, Talía, Hayla, Neyla, otro que olvidé y la estelar Rosa la cachetuda, con quien me desternillé de la risa y cuyo éxito consiste precisamente en no tomar muy en serio, entre bromas y ropajes estrafalarios, lo que las otras asumen como si de verdad ellas fueran las ídolos que imitan. Doblan baladas románticas de mujeres enérgicas, con letras retadoras y desafiantes, casi todas de estrellas de la música pop en español, y también algún que otro número en inglés (no pongo ejemplos, porque mi incultura musical es proverbial).
Todo en la representación es desmesura y exageración, casi rayano en lo esperpéntico: los vestidos relumbrantes de lentejuelas, las pelucas y los adornos exóticos, el maquillaje excesivo, los gestos impetuosos y sobreactuados, para provocar los aplausos de un público entre delirante e irreverente, que corea las canciones, critica a las menos atrevidas o bonitas, y premia a las más sobresalientes, por su cuerpo, ropa o calidad de la interpretación, con algún que otro billete que depositan públicamente en sus escotes impostados. Suceden toda clase de imprevistos y percances cómicos durante la puesta en escena, desde los discos compactos mal grabados, las entradas en falso, los chascarrillos de las artistas con el público —algunos de mejor gusto que otros—, hasta los aretes que vuelan por los aires, los collares de perlas que revientan, la media o la guantilla que muestra un remiendo, el relleno en el pecho que resbala, el movimiento brusco que delata aunque sea por una hendija la virilidad disfrazada de las supuestas cantantes.
Podría parecer que mi descripción es despiadada, pero no es mi intención. Lo juro, aunque entiendo que yo también arrastro prejuicios atávicos. Y es que son tan felices esos muchachos con su simulación, tan creídos en su papel, tan apasionados en su certeza de ser divas refulgentes, que conmueven por su candor y terminan por provocar el afecto generalizado, y el mío también, por supuesto.
Me tomé el trabajo de buscarlos e identificarlos luego de que concluyó su interpretación y volvieron a su aspecto natural. Resultaron ser jóvenes normales y corrientes, a la moda de hoy, tal vez algo “amanerados”, pero incluso alguno pasaría hasta por heterosexual. Como varones, nada espectacular: como mujeres, verdaderas “revelaciones” en su giro: un arte inusual que es su forma de realización y trascendencia; su orgullo y mérito —este sábado, por ejemplo, anunciaron que la madre de una de ellas estaba en el público, pendiente de la metamorfosis de su hijo—, su manera de ser libres y felices, y eso, definitivamente, merece también toda mi admiración y respeto.
¡ Feliz Año Nuevo !
Cuanto me alegro que puedas ir a una fiesta sin problemas.
Este post me recordo el …»Vuela, vuela pena…», en una casa de Bacuranao.
La casa era de 2 pisos y el terreno estaba cercado completamente. Lo cual fue tremendo problema.
La «artista» bajaba con su traje largo y escotado, por la gran escalera helicoidal, cantando «…Vuela, vuela pena…» y en ese mismo instante, golpearon a la puerta: La policia, con 2 guaguas!!!
Para que contarte! Se formo el despelote, la gente corriendo por la puerta de atras y tratando de saltar aquella alta cerca y los demas, en fila india hacia las guaguas!!!
Nos escapamos ( yo y un amigo ) gracias a que una pareja heterosexual estaba delante de mi y la señora ademas estaba en estado y se puso a reclamarle al policia. Aproveche para dar un cuarto de vuelta y salir caminando y luego corriendo, mientras oiga un voz diciendo, compañero, pare!.
Paticas pa que te quiero. No paramos hasta cruzar la carretera y escondernos en los matorrales. Despues vimos salir las guaguas y la perseguidora, en direccion a Guanabo.
Eso ocurria en la epoca en que tu eras niño!
PD. Una de las cantantes de moda, de la epoca, era La Rosita, pues cantaba Maria la O y El Siboney tanto o mejor que la Fornes.
La transformación de esos jóvenes se parece en algo a la libertad que tanto necesitamos en esta isla.
Felicidades por el blog. Mucha luz y constancia para 2010. Saludos desde otro rincón de la blogosfera cubana.
Yo lo veo solo como otra expresión de libertad. Me apena que tú, al parecer, no puedas sentirlo así. Ser libres es también un estado mental. Vi tu blog, y me gusta que hayas sido feliz este año. Gracias por tus buenos deseos para el 2010 y un saludo sincero para ti.
No sientas pena. Es un sentimiento paternalista.
Cuando esos jóvenes deciden transformarse, asumir ese «juego» a pesar de la represión social, están desafiando siglos de homofobia, de una cultura que fustiga la diferencia.
Si todas las personas en esta isla pudieran «transformarse» de la misma manera y expresar libremente su ser, sus ideas, viviríamos en un país con menos doble moral, con menos hipocresía.
Coñóooo, ha subido el precio de las fiestas. Cuando yo era estudiante estas fiestas eran a diez pesos. Es más, se conocían como «fiestas de diez pesos». Y eso era en los 90, con todo y la inflación de entonces.
Pero, excelente que existan. Fuera bueno que los organizadores de estas fiestas pudieran utilizar un local adecuado por el que pagara un alquiler, igualito que si fuera una fiesta de 15 o una boda. Y también divulgarlas más. Si no es porque alguien te dice no te enteras que existen.
Inflacion galopante, mi amigo.
En los 70’s esas fiestas eran de gratis, organizadas por varios amigos en las casas de la playa. Y algunos traian bebidas, pero mas bien era show y bailable. Los invitados ya venian comidos. Pero habia que hacerlas en secreto.
Yo no veo la relación especial entre transformarse y ser libre. ¿Acaso los Autobots y Decepticons podían andar libres en La Tierra. No. Tenían que camuflarse, transformarse para poder pasar.
Quiero un tipo de libertad donde transformarse no sea necesario.
ERGO: Entonces la energía nunca será «libre», por aquello de que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Es broma, coincido con la esencia de tu planteamiento.
Hummmm, voy a traerme a Raudelis para que me ayude. Me he quedado pensando toda la mañana en eso de que si la energía es libre. Yo, por el momento, pienso que no, que la energía está atrapada dentron de la masa.
Pero la física no me da para mucho.
Más o menos en la tónica de las fiestas gay. Ayer hablé con la gente que hacen la carroza gay para los carnavales. Me aseguran que este año será la más regia de todas (como siempre) y que tuvieron sus pugnas internas porque querían poner a una lesbiana como Reyna Gay en vez de a un maricon como tradicionalmente se hace. Que no obstante, la escogida estará más buena que la Reyna oficial.
La verdad, da pereza con una lesbiana. ¿Tendrá gracia para moverse allá arriba?
No discrimines y no serás discriminado, también ellas tienen derecho, por qué no.
Paquito, la Reina Gay del año pasado estaba más linda que la Reina oficial del carnaval, que era chiquitica.
Ah, seguro no sabes todavía que yo soy mujer, cómo voy a discriminarlas? Pero la verdad, es la verdad. No es discriminación. No tienen gracia pa´eso.
Sin comentarios. Creo que la felicidad debe existir para todos. Y Como no tengo un pensamiento discriminatorio pues venga la felicidad. Y sí, las sociedades en todo el planeta han ido evolucionando de diferentes maneras, hay otras extremadamente diferentes a las demás, con mayores prejuicios, de las cuales no se habla. Serán también felices?, a su manera?. Tampoco creo que haya que dar fiestas específicas para gays, por qué diferencias? se autoexcluyen? Divertirse de sus apariencias y diferencias? Guao!!!!!
Te conozco muy bien, y sé que no es tu intención, pero esa postura de la autoexclusión que algunos achacan a los homosexuales cuando reclamamos (y aveces construimos) espacios para no molestar, para no ofender, para estar cómodos, sin la presión social de la normatividad heterosexual que ni se inmuta cuando un hombre y una mujer casi hacen el amor en la parada del ómnibus, pero se escandalizan si dos hombres o dos mujeres se toman de la mano o se dan un beso, es una manera a veces disimulada de intentar silenciar, invisibilizar, esconder nuestra existencia. Es la posición de la cual parten luego las inconformidades, las exigencias o el falso elogio ese de «él es gay, pero es muy serio, muy reservado», de quienes a veces nos quieren mezclados con todos, pero bajo sus reglas de «buen comportamiento». Por eso creo que las dos cosas son válidas, compartir en espacios comunes, pero también en otros afines a uno. Ya en la capital cubana, por ejemplo, los jóvenes seguidores del rock tienen una moderna instalación para sentirse en su «espacio», lo cual es excelente, porque a nadie se le ocurriría pensar que el rockero va a estar a gusto en una peña del tango o en un festival del danzón. Está la experiencia tan comentada y justamente elogiada de El mejunge, centro recreativo en Villa Clara con opciones diarias para distintos segmentos poblaciones, incluyendo a los gay y lesbianas; pero no es suficiente. «La Habana no aguanta más» casi la ausencia de esas opciones, por eso proliferan los sitios ocultos, a veces peligrosos, de reuniones nocturnas o en lugares apartados, para encuentros fugaces, a veces aprovechados por delincuentes violentos para asaltar y abusar de los gay, quienes no obstante ser las posbiles víctimas, a veces terminan siendo los que deben dar explicaciones ante las autoridades.
Esto sin contar con que la existencia de tales lugares facilitaría las campañas de prevención de enfermedades de trasmisión sexual, en particular del VIH, precisamente en los grupos de mayor riesgo en la sociedad cubana actual.
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