Cuando duermo, mis sueños más felices transcurren invariablemente en la Escuela Lenin. Allí mezclo en fantásticas aventuras a mis amores, amigos, familiares, personajes reales o ficticios, de cualquier época o tipo de relación. No creo que sea casualidad, como tampoco lo es el orgullo y cariño que siento por la mayoría de quienes fueron mis maestros y profesores a lo largo de toda mi vida.
Cada 22 de diciembre celebramos en Cuba el Día del Educador. Valgan estas líneas como homenaje a tanta gente buena que me enseñó todo lo que sé, pero sobre todo a quienes me inculcaron la idea de que nada sabemos con absoluta certeza, y de que los conocimientos no son más que el vehículo para servir a los demás.
Recuerdo a Delia, mi maestra de preescolar, una viejecita dulce que también impartió ese grado a mis dos hermanos mayores, que tocaba un viejo piano y nunca alzó la voz ni la mano a ningún pequeño. A Zenaida, entre primero y cuarto grado, afectuosa, serena y firme con todos los niños de mi aula, pero incapaz de controlar a dos hijos revoltosos, más o menos de nuestra misma edad, que siempre la hacían perder los estribos. A Julia y Ricardo Acuña, en quinto grado, este último la primera persona que me estimuló a escribir, unos versos infantiles horrendos. A Gladys García y Yolanda Normiella, en sexto, exigentes y justas.
Nunca tuve, ni en la primaria ni en las enseñanzas sucesivas, un solo maestro o profesor que me soplara los exámenes, vendiera las pruebas o lucrara con su saber.
Luego vino la secundaria y el preuniversitario en la Escuela Vocacional Lenin. Un ejército de profesores que como norma tenía una gran especialización en sus materias respectivas, casi todos enamorados del magisterio y decisivos en mi formación. Sería injusto e impreciso si tratara de mencionarlos a todos. Solamente distinguiré a Concepción Banderas, la mulata Conchita, mi primera “madre sustituta”.
Fue ella quien me recibió en aquella gigantesca ciudad escolar que a mí se me antojaba un mundo, y donde salté de la niñez a la adolescencia y de esta a la juventud. De los tantos recuerdos de Conchi, gritona e intransigente, pero de una ternura inabarcable, me quedo con aquella mañana invernal en que se apareció con un gran termo de café con leche que llevó de su casa para los alumnos que pudo, porque por algún problema no había habido desayuno. Todavía la visito en la beca (aún da clases y es secretaria docente de una de las unidades en que está dividido el enorme plantel) y hasta hace muy pocos cursos tenía una foto mía bajo el cristal de su buró.
La última vez que estuve en la Lenin, ese lugar recurrente en mi memoria a donde vuelvo cada vez que puedo como en una especie de procesión nostálgica, llevé conmigo a Javier, mi hijo. De todo lo que pasó y no pasó allí, incluyendo mis iniciaciones en la política, en el periodismo, en las nociones de lo justo y lo injusto, de lo correcto y lo incorrecto, o los primeros acercamientos a la cuestión de la sexualidad, seguro hablaré en ocasiones posteriores. De hecho, siempre he pensado que si alguna vez me decido a escribir una novela, su trama acontecerá en ese escenario.
La universidad fue tal vez el periodo en que estuve más alejado emocionalmente de mis profesores. Con la excepción notable y definitiva de mi otra gran madre postiza, Magali García Moré: la Decana que rompió lanzas con los alumnos para cambiar el sistema escolástico de formación de periodistas que existía en la Facultad cuando ingresé en 1988, lo cual le costó enfrentar la animadversión de algunos otros “ilustres” profesores.
A pesar de su efímero paso por lo que ahora llaman de manera rimbombante “la academia”, Magali fue la maestra espiritual de varios cursos, y particularmente es todavía hoy mi hada madrina y el mayor ejemplo de integridad personal y profesional que he conocido en el medio periodístico. Por eso al terminar la carrera, ya ausente ella de la Facultad, hubo ciertos miembros del claustro que tal vez nunca perdonaron mi discurso de graduación en el Aula Magna de la Universidad de La Habana —honor que me correspondió como mejor estudiante de aquel año 1993—, en el cual, a pesar de un intento fallido de censurar mi intervención, hice una referencia a “los profesores, y entre ellos unos pocos maestros”, y cité una frase de Hemingway donde el escritor decía con ironía que en la universidad “lo principal no es lo que se aprende, sino las excelentes personas que uno conoce”.
A todos ellos, y a quienes vinieron después —pues hay maestros cuyas enseñanzas no se reciben en un aula, sino en el ejercicio cotidiano de la difícil asignatura de existir—, mi agradecimiento infinito y mis sinceras disculpas, por si los he decepcionado alguna vez con mis actos o creencias, o por si llegara a hacerlo en un futuro, lo cual juro humildemente nunca ha sido ni será mi intención.
Feliz Navidad, Paquito!
Compartimos el hecho de haber estudiado ambos en la Lenin. Mi grupo fue de los fundadores, los que pulimos los pisos de los albergues a puro brazo, con aserrin y luz brillante. Sin embargo, los pasillos de la escuela, se pulieron con maquinas.
No se si conoces el sitio http://www.lalenin.com
¿ Todavia se conserva el Servando de la escalera, bajando del Teatro?
¿Y las Aguas Territoriales en el edificio de deportes? Me temo que el sol las haya deslucido, pues estan a plena intemperie.
Esperando por las historias!
Saludos.
¿Y recuerdas el aplauso de la escuela: pan con bistéc, bistéc, bisctéc; pan con bistéc, bistéc, bisctéc; pan con bistéc; pan con bistéc, pan? Todavía toco así en las puertas ¿sabes? Bueno, el Servando ya no está en la escalera de la antigua unidad tres, supongo lo retiraron para preservarlo, pero no me consta (fue esa mi unidad durante los seis años, porque allí me cogió el cambio de dejar de ser secundaria y entrar solo preunivesitario, y después el cambio de vocacional a ciencias exactas, y por carambola, nunca tuve que cambiar de unidad docente. Las Aguas Territoriales el tiempo las lavó. Queda el gallo de Mariano en el mural que está cerca de la dirección central, cerca del cine, y porque está sobre losas o azulejos, como les decimos acá. También la maqueta, una exposición con fotos desde la fundación, trofeos, premios, el museo de ciencias naturales (llevé a mi hijo el año pasado), la escultura de madera de los bajos de la dirección central, el oleo de Lenin en el mismo lugar, en fin… es y no es el mismo río.
Del aplauso no me recuerdo. En mi epoca no habia bistec. Aunque no nos podiamos quejar de la comida, porque el hijo del viceministro de la pesca estaba ahi y traian pescado bueno, no los hijos de merluza frita del Cepero.
Y tambien cafe con leche y pan con mantequilla de desayuno.
Y un dia, el Coma nos trajo una maquina de «frozen». Despues le paso algo a la maquina y se le quejaron y a los pocos dias, ya habia frozen otra vez.
Tambien Tatianoff de merienda, casi todos los dias.
Los hijos de Malmierca tambien estaban, pero no creo que el padre hubiese enviado comida, pues estaba en Relaciones Exteriores.
Lo de las unidades, tampoco me recuerdo. Los albergues en esa epoca estaban designados por los años: los de noveno, los de decimo, etc.
En el museo habia un aguila o un condor, enorme.
Esa era la epoca de las visitas de todos los jefes de estado. Zukov nos regalo un radio-tocadisco-stereo, ultimo modelo en Sofia, que imagino seria una copia de alguno norteamericano de los años 50 y lo pusieron en la sala de musica de la biblioteca. Y nos pasabamos las horas ahi, oyendo musica.
Y los sindicatos sovieticos, todos los laboratorios ( fisica, biologia, quimica ). Aunque los laboratorios de idioma tenian cara de ser fabricacion nacional. A lo mejor estoy equivocado.
Imagino que la fabrica de pilas no este funcionando. Me llamaba la atencion que todo venia del Japon y de Hong Kong y cuando el barco no llegaba con los materiales, se paraba la fabrica.
Y la fabrica de computadoras?
Y la fabrica de radios?
Y la de televisores?
Y la de ropa deportiva?
Y la de pelotas de baloncesto y de balompie?
Todavia tengo los callos en la mano, de coser pelotas!!! ( en bonche ). Pero tenia que hacer 2 pelotas a la semana. Menos mal que al siguiente años me pusieron de maestro!
No, en mi época tampoco había bistéc, era un recurso nemotécnico para aprenderse el ritmo de los aplausos. Pero también la comida era buena, y hasta llegamos a tener menú opcional, que escogíamos de una semana para la otra. Y por las áreas verdes te encontrabas tiradas las cajas de masarreales o torticas, que ya nos aburrían. Sí había «burdas» (moloteras para coger la merienda) cuando había marquesitas u otros dulces más finos, y refresco gaseado y hasta malta. Y la gente le quitaba la mantequilla al pan del desayuno, y la pegaba debajo de la mesa ¡cochinos! porque echaban mucha. Los laboratorios los utilicé, y trabajé en la fábrica de radios en la secundaria, progresivamente todo eso desapareció, y solo quedó como opción de trabajo las brigadas de autoservicio, limpieza y el huerto. Hace poco la prensa dio la noticia de que retomaron las labores agrícolas, que también habían cesado. Ahora yo creo que ni recuerdan quien inauguró la escuela con Fidel, dirán un «bolo» que vino a Cuba o algo así. ¡¿Sabes que cuando murió Leonid Brezhnev, en 1982, yo acaba de entrar a la escuela, con once años, y después de dar la noticia en el matutino, mientras caminaba hacia la fábrica de radio, lloré de tristeza?! ¡Era un niño inocente!
Hola Paquito, ando actualizándome de tus entradas y esta aunque más antigua ya, no la había visto. Me trajiste recuerdos de la Lenin a pesar de no haber aguantado mucho en ella e irme bien pronto, pero por nuestras edades tenemos que haber coincidido en tiempo y en unidad porque también soy de las que nunca ha olvidado a Conchita ni ese aplauso, a pesar de mi corto paso por aquellos pasillos y planteles. Y de la gran Magaly pues sin comentarios, fue incluso hasta la tutora de mi tesis y aunque hace tiempo no sé de ella si la ves dile que aún sigue bien arriba en mi pedestal. Besitos